Madre Magdalena Guerrero Larraín

“La perfección de mi alma no consiste en hacer grandes cosas, oraciones sublimes, mortificaciones excesivas, acciones heroicas, en seguir caminos extraordinarios y distinguirme por una vida singular y que choque a la vista. No, en eso no consiste mi perfección, sino en el exacto cumplimiento de la voluntad de Dios”.

En Santiago de Chile, el 20 de enero de 1846, nace María Dolores Inés Guerrero Larraín, hija mayor de Calixto Guerrero y doña Javiera Larraín; siendo consagrada por el Sacramento del Bautismo al día siguiente, en la Parroquia de Santa Ana.

Educada en un hogar feliz, piadoso y muy cristiano, tuvo todo el amor y cuidado de una madre abnegada, que vació en ella toda la ternura de mujer, además  de  su  femineidad  y  exquisita  sensibilidad.

Su padre supo hacer de su hija mayor una mujer de carácter, de claras decisiones, con valores firmes, con visión de futuro y con una fe en Dios a todo prueba.  María Dolores fue criada según las costumbres de la época, en un santo recogimiento, reforzaron sus dones naturales de inteligencia, rostro agraciado, que no pasaba desapercibido y que realzaba con sus dotes extraordinarias por la música y las artes.

Siguieron  a esta niña, cinco hermanos: Adelaida, María Luisa, Neftalí, Calixto y Ana, quienes además de sus padres tuvieron a su hermana mayor que con bondad y firmeza los estimulaba a vivir la fe.

María Dolores recibió a temprana edad los Sacramentos de la Comunión y al año siguiente el de Confirmación.  Ella, poco a poco fue gustando de las cosas de Dios.  Reflexiva, inteligente, piadosa, amante de su familia, gozaba con el amor que le brindaban los suyos, embelesaba a sus queridos padres con la música que sacaba del piano o del violín.

Para los jóvenes de su tiempo no pasaba desapercibida, pero ella sólo tenía corazón para Jesús, a quien decide consagrar su vida ingresando a una Congregación donde pudiera hacer presente el amor, bondad y misericordia de Jesús, por ello ingresa a la Congregación del Buen Pastor, donde toma hábito como novicia en el año 1866 a los 20 años de edad.  A los dos años después hace sus primeros votos de pobreza, castidad y obediencia; votos que hará presente en el desprendimiento generoso de una vida acomodada, de un amor sin límites a sus hermanas de congregación y de obediencia inteligente a los designios de Dios por medio de la Iglesia y sus superiores.

Su servicio era preferentemente con los enfermos y los más débiles, así el Espíritu Santo fue perfilando en ella el amor por la pasión y como fruto de ese amor, la atracción por la Sangre Preciosa de Jesús, que la motiva a una entrega total.

La oración, la fracción de Pan y la Sagrada Escritura fueron su  alimento permanente, pasando largas horas meditando aquellas palabras de San Pablo “Me amó y se entregó por mí, derramando hasta la última gota de su Sangre, por mi amor…” La entrega y amor fue lo que la hizo aceptar en el año 1866 ser nombrada por el Arzobispo de la Iglesia de Santiago, como Visitadora del Beaterio de Santa Ana, para “que la rija, gobierne y disponga de las cosas para ser erigida en Congregación”.

Así, su  amado  esposo  le  fue  mostrando  el  verdadero camino para el cual  la tenia destinada. El  Espíritu  de  Dios  estaba en  ella. Así fue como fundó la Congregación de la Preciosa Sangre.  Su primera preocupación, después de sus trece hermanas de su nueva comunidad, fue iniciar la construcción del Templo y el Claustro de la calle “Compañía de Jesús”; un gran desafío, pero con su temple y su extraordinario visión profética, su inteligencia y sobre todo su devoción a la Preciosa Sangre, pudo llevarlo a buen término, a la vez que supo entregar a sus hermanas su ejemplo de amor, oración y sacrificio generoso.

Era tan fuerte su amor a la Divina Sangre de Jesús que desde el inicio del Templo fue haciendo en él una obra de arte, cada moldura, cada imagen y cada lugar de éste era bañado en la Preciosa Sangre de su amado, era como vaciar en él su amor por la Sangre de Jesús.

Junto al Templo fue levantado el Claustro, el cual diseñó sencillo, sin ostentación, pero sin perder la armonía y belleza del conjunto, que invitaba al silencio y recogimiento.  Para el Templo no escatimo sacrificios, esfuerzos, desvelos, ni dinero para hacerlo majestuoso, comprometiendo aún los bienes de su familia.

El 2 de octubre de 1887 fueron aprobadas las Constituciones de la Congregación de la“Preciosa Sangre de Nuestro Señor Jesucristo”, que tenía como finalidad “Rendir culto constante a la Preciosa Sangre de Jesús, y después la educación integral de la familia, la atención de los enfermos especialmente a los que padecen perturbaciones mentales o psíquicas; teniendo como protectores de la Congregación a la Santísima virgen, a San José, San Joaquín y Santa Ana.

Así se cumplía uno de sus grandes anhelos, ver a su Congregación por ella fundada, reconocida y aprobada por la Iglesia.  Ella sigue siendo Superiora mandada por la autoridad eclesiástica.

El 2 de junio de 1890 obtiene la facultad para ser considerada como la religiosa de la Congregación de la Preciosa Sangre.  El 1 de julio del mismo año toma el  hábito de las Hermanas de la Preciosa Sangre.  Recibe el nombre de Sor María Magadalena. Es elegida por sus hermanas Superiora General, cargo que ocupo hasta 1906.